Vivir en una ciudad es indiscutiblemente estar expuesto a todos los riesgos que ésta tiene, desde el más insignificante hasta el mayor de ellos. A diario, caminar por las calles se convierte en una batalla contra la supervivencia o si mejor se quiere, un “desafío 2011 la lucha de mi ciudad” al estilo de reality show. Nunca se sabe dónde ni cuándo se quedará eliminado, o lo que es peor aún, qué secuelas va a dejar el juego de la vida.
Los seres humanos, muchas veces nos preguntamos cómo alguien que es igual a nosotros en su condición de humano, es capaz de cometer atrocidades contra su misma especie; en ese momento ponemos en duda y en cuestionamiento los valores y la moral de esa persona que no es capaz de vivir en comunidad, pero que aún así es llamado ciudadano por el solo hecho de portar un documento que lo designa como éste; cuando ser ciudadano, debería traducirse en capacidad para convivir con otros, independientemente de su condición, raza u origen, pues todos hacemos parte de un mismo lugar que se llama Tierra, vivimos en un mismo globo terráqueo al cual le dicen por sus cualidades: “el planeta azul”.
Si tenemos en cuenta lo anterior, podríamos hablar de ciudadanos del planeta, del globo, o “ciudadanos globalizados”; pero volvemos y cuestionamos si tiene sentido que se creen personas con un código universal de derechos que los rigen y a la vez los enmarquen dentro de un mismo comercio que los hace casi idénticos en su manera de vestir, de pensar, de actuar y de consumir, arrasando con las diferencias culturales de cada región, porque lo que interesa, no es crear “ciudadanos del mundo” con consciencia social de éste, sino hombres “consumidores del mundo” que agoten cada día sus recursos en vez de aprovechar su diversidad, porque no tienen la oportunidad de traspasar sus fronteras, porque siguen siendo pertenecientes a unos metros cuadrados de tierra donde nacieron, como si éstos no pertenecieran al Planeta Global.
miércoles, 15 de junio de 2011
Filosofía, Psicopatología y Cuerpo
En la actualidad, solemos denominar o pensar acerca de la filosofía, como una disciplina encargada de la discursiva de los fenómenos, o como una simple teoría del conocimiento competente a ciertas áreas y se nos hace casi imposible pensar en ella, como una ciencia práctica aplicable a nuestras actuales profesiones. De esta manera, estamos volcando nuestra mirada y la estamos desviando del propósito y de la concepción inicial que los filósofos tuvieron de ella, pues estos la concebían como un estilo de vida, como una manera de encontrarle sentido a la existencia, como un “ars vivendi”, como una manera de lograr sincronía con la naturaleza, en resumidas cuentas, como manera de obtener “salud mental” y ésta solo puede ser lograda de manera práctica (Sampson, 2000). Así pues que para los filósofos, su teoría y reflexión más que ser simple palabrerías, era psicoterapia, era práctica.
Otra disciplina que desde la antigüedad ha tenido un impacto sobre las personas, ha sido la medicina, pero tampoco entendida como la medicina actual, sino como una medicina únicamente corporal, donde los procesos mentales o de la “psique” eran aún incomprendidos y es desde esta perspectiva como nos encontramos con prácticas como las craneotomías, para “expulsar los espíritus” que hacían a la gente actuar de manera desordenada. Quienes eran encargados de estos fenómenos del alma, era la filosofía o “medicina del alma”.
Desde la filosofía, se nos ha planteado un dualismo entre cuerpo y alma, pero este dualismo no solo es cartesiano, también Platón consideró al cuerpo como prisión del alma; Pitágoras como tumba del alma; Kant lo hace preso de la razón; y el cristianismo, producto de su influencia de los filósofos, por mucho tiempo adopto esta concepción dual del ser humano. Pero este dualismo con el paso del tiempo, ha tenido que replantear su posición y asumir al hombre, como una unidad de mente y cuerpo. Si bien la opción dual se ha tenido que repensar, fue esta concepción, la que permitió a los estudiosos del cuerpo y de sus enfermedades (medicina) y a los estudiosos del “alma” o más bien “mente” (filosofía), encontrar puntos de convergencia sobre los cuales formular una psicopatología, desde una tradición medico-filosófica (Sampson, 2000). A partir de ese momento se comenzó un trabajo conjunto interdisciplinar, donde las enfermedades del alma se daban, porque existía un cuerpo (Sampson, 2000).
De esta manera hemos llegado a un tema que me parece importante tocar y es el del cuerpo, pues es este el que sufre las patologías que hasta nuestros días hemos logrado explorar; como decía Jaspers “Para el hombre…es base de su enfermedad su imperfección” (Portuondo, 2007) .
“El cuerpo es lenguaje…cuando mis palabras no son suficientes o cuando no se puede verbalizar y expresar con palabras lo que queremos decir” (Enrique León, 2005) y éste habla a través de sus manifestaciones biológicas, a través de reacciones a desequilibrios, los cuales llamamos síntomas.
Desde una concepción freudiana, hablaríamos del síntoma como una manifestación de los conflictos existentes entre las estructuras psíquicas; y son estos conflictos, estos desequilibrios, estos síntomas, los que demarcan cada tipo de psicopatología. Con la llegada de una patología, el cuerpo pasa de ser un ente que interviene, a ser un objeto que debe ser atendido y es por eso que cuesta tanto la aceptación de ella, pues cambia la dinámica de vida; pasamos de trabajar, estudiar, pasear, divertirnos, comer, etc.… para dedicarnos exclusivamente a la resolución o tratamiento del problema; es por esto también que los griegos, le daban vital importancia al cuerpo y vivían casi que bajo una idea de “divinidad corporal”, incluso, lo que el hombre comía no era lo que comían los animales y si comía lo mismo, sobrevendría el sufrimiento (Sampson, 2000), para poder así, conservarse íntegramente. En la actualidad, poseemos a nuestro alrededor personas que parecerían “griegos extremistas”, pues le otorgan una divinidad al cuerpo y se sumergen tanto en la cultura “DIET” (Enrique León, 2005), que sin pensarlo, llegan a desarrollar patologías como la anorexia y bulimia; claro está que no pretendo generar sentimientos aversivos hacia el cuerpo, pues un cuerpo despreciado, silenciado, paralizado y fragmentado, desenlaza también en problemas; antes bien, lo que busco es desinstrumentalizar el cuerpo como objeto de consumo o que se puede vender, porque cuando el cuerpo es considerado como un instrumento y nada más, es cuando se presenta el origen de la enfermedad psicológica.
Encuentro pertinente finalizar con esta reflexión de Enrique Arbeláez, sobre el cuerpo como instrumento: “ Nuestra cultura es una cultura del cuerpo, pero de ese que nos presentó Descartes como “cosa extensa”, privándolo de sentido; ese cuerpo objeto regido por leyes físicas, cuantificado y en movimiento; es el cuerpo cosificado, descentrado del sujeto, desacralizado y asimilado al cadáver” (Enrique León, 2005).
Otra disciplina que desde la antigüedad ha tenido un impacto sobre las personas, ha sido la medicina, pero tampoco entendida como la medicina actual, sino como una medicina únicamente corporal, donde los procesos mentales o de la “psique” eran aún incomprendidos y es desde esta perspectiva como nos encontramos con prácticas como las craneotomías, para “expulsar los espíritus” que hacían a la gente actuar de manera desordenada. Quienes eran encargados de estos fenómenos del alma, era la filosofía o “medicina del alma”.
Desde la filosofía, se nos ha planteado un dualismo entre cuerpo y alma, pero este dualismo no solo es cartesiano, también Platón consideró al cuerpo como prisión del alma; Pitágoras como tumba del alma; Kant lo hace preso de la razón; y el cristianismo, producto de su influencia de los filósofos, por mucho tiempo adopto esta concepción dual del ser humano. Pero este dualismo con el paso del tiempo, ha tenido que replantear su posición y asumir al hombre, como una unidad de mente y cuerpo. Si bien la opción dual se ha tenido que repensar, fue esta concepción, la que permitió a los estudiosos del cuerpo y de sus enfermedades (medicina) y a los estudiosos del “alma” o más bien “mente” (filosofía), encontrar puntos de convergencia sobre los cuales formular una psicopatología, desde una tradición medico-filosófica (Sampson, 2000). A partir de ese momento se comenzó un trabajo conjunto interdisciplinar, donde las enfermedades del alma se daban, porque existía un cuerpo (Sampson, 2000).
De esta manera hemos llegado a un tema que me parece importante tocar y es el del cuerpo, pues es este el que sufre las patologías que hasta nuestros días hemos logrado explorar; como decía Jaspers “Para el hombre…es base de su enfermedad su imperfección” (Portuondo, 2007) .
“El cuerpo es lenguaje…cuando mis palabras no son suficientes o cuando no se puede verbalizar y expresar con palabras lo que queremos decir” (Enrique León, 2005) y éste habla a través de sus manifestaciones biológicas, a través de reacciones a desequilibrios, los cuales llamamos síntomas.
Desde una concepción freudiana, hablaríamos del síntoma como una manifestación de los conflictos existentes entre las estructuras psíquicas; y son estos conflictos, estos desequilibrios, estos síntomas, los que demarcan cada tipo de psicopatología. Con la llegada de una patología, el cuerpo pasa de ser un ente que interviene, a ser un objeto que debe ser atendido y es por eso que cuesta tanto la aceptación de ella, pues cambia la dinámica de vida; pasamos de trabajar, estudiar, pasear, divertirnos, comer, etc.… para dedicarnos exclusivamente a la resolución o tratamiento del problema; es por esto también que los griegos, le daban vital importancia al cuerpo y vivían casi que bajo una idea de “divinidad corporal”, incluso, lo que el hombre comía no era lo que comían los animales y si comía lo mismo, sobrevendría el sufrimiento (Sampson, 2000), para poder así, conservarse íntegramente. En la actualidad, poseemos a nuestro alrededor personas que parecerían “griegos extremistas”, pues le otorgan una divinidad al cuerpo y se sumergen tanto en la cultura “DIET” (Enrique León, 2005), que sin pensarlo, llegan a desarrollar patologías como la anorexia y bulimia; claro está que no pretendo generar sentimientos aversivos hacia el cuerpo, pues un cuerpo despreciado, silenciado, paralizado y fragmentado, desenlaza también en problemas; antes bien, lo que busco es desinstrumentalizar el cuerpo como objeto de consumo o que se puede vender, porque cuando el cuerpo es considerado como un instrumento y nada más, es cuando se presenta el origen de la enfermedad psicológica.
Encuentro pertinente finalizar con esta reflexión de Enrique Arbeláez, sobre el cuerpo como instrumento: “ Nuestra cultura es una cultura del cuerpo, pero de ese que nos presentó Descartes como “cosa extensa”, privándolo de sentido; ese cuerpo objeto regido por leyes físicas, cuantificado y en movimiento; es el cuerpo cosificado, descentrado del sujeto, desacralizado y asimilado al cadáver” (Enrique León, 2005).
Un acercamiento a la nueva masculinidad
A lo largo de la historia, los hombres han tenido que cumplir con unos prototipos o roles de género, que la cultura a la cual pertenezcan o la sociedad en la cual habiten les impone. Como ejemplo de esto, vemos que la sociedad occidental le exige a los hombres para ser aprobados como viriles, la posesión de riquezas, poder, posición social, mujeres atractivas, devaluación de lo femenino, inhibición de emociones, agresividad, satisfacción sexual y tener capacidad de erección y eyaculación perdurable. Si alguna de estas exigencias falla, la construcción social de masculinidad tomará posición sobre éste y lo considerará como afeminado.
Estos rótulos que se les ha dado a los hombres que no cumplen con los roles esperados, han ido teniendo una transformación en el presente siglo; y esa concepción hegemónica de las sociedades patriarcales, se ha venido a pique con el panorama en que viven actualmente los seres humanos. Cada día, situaciones como el desempleo, la jubilación, los acontecimientos no normativos, enfrentan a los hombres a conflictos con respecto a las exigencias del medio y lo demuestran frágil ante las experiencias negativas, dando como resultado un comportamiento nuevo a las expectativas del grupo social.
Estos conflictos a los que me he referido, no son solo experimentados por adultos; los adolescentes también lo sufren, aunque de una manera diferente. “a los 12 o 13 años, atraviesan una fase de indeterminación que neutraliza completamente la sexualidad… vivían una atracción amorosa por el mismo sexo.” (Dolto, 1990) También hay quienes no sienten atracción por otra persona del mismo sexo, sino que asumen actitudes o comportamientos del sexo opuesto, sin que esto signifique que tienen una preferencia genérica homosexual, pero es ésta, la interpretación que socialmente se le da. Se hace pertinente en este punto, hacer una breve explicación de algunos conceptos básicos de la sexualidad. El primero de ellos es el sexo: este hace referencia a la biología con la que cada persona nace; se tiene pene y testículos en el caso de los hombres o se tiene vulva en el caso de las mujeres. El segundo es la identidad: que hace referencia a cómo se siente la persona, si se siente hombre o si se siente mujer y esto no necesariamente tiene que concordar con su sexo. El tercero es el rol de género: que son los comportamientos que socialmente se esperan que asuma un hombre y una mujer. Y el último de ellos es la preferencia genérica: que es la atracción que se siente por los hombres, las mujeres o ambos.
Con los anteriores conceptos claros, quiero retornar a los conflictos que se presentan al romper con los imaginarios colectivos de la sociedad cuando un hombre asume comportamientos considerados del sexo femenino. Como es claro que los adolescentes y en general los hombres en ocasiones asumen papeles característicos de las mujeres, se hace necesario tomar una nueva postura que cuestione la hegemonía patriarcal anteriormente mencionada y que resuelva los problemas internos y sociales que sufren aquellos que no pueden mantener el ideal social. Para ello, se ha venido haciendo referencia a un término conocido como la androginia; una conjunción entre el hombre y la mujer, para hacer a un lado la exageración de diferencias entre los sexos y prestarle más atención a sus semejanzas. La androginia pues, al ser una conjunción entre lo masculino y lo femenino, permite que se abran más posibilidades para que los rasgos de ambos, se presenten indistintamente y les permita responder de forma más efectiva, o adaptarse de mejor manera a las situaciones cambiantes del mundo, a esos acontecimientos que generan el conflicto y así adquirir un mejor funcionamiento global. (Patiño, 2009) La androginia entonces, está ligada a los roles de género que se asumen en un concepto de nueva masculinidad, entendida no bajo los parámetros hegemónicos, sino desde una comprensión del ser como mezcla de ambos sexos; permitiéndole a esos “machos” demostrar que también atraviesan momentos de fragilidad, carecen de poderío, o simplemente que pueden expresar libremente sus sentimientos.
Asumiendo la androginia como una posibilidad de nueva masculinidad, se descargan las tensiones que a lo largo del tiempo han llevado los hombres que ante ciertas situaciones, sienten que deben actuar de una manera diferente a las exigencias, que respondiendo de otra manera obtienen más logros que fracasos, pues han encontrado un punto de ajuste psicológico y social. La nueva masculinidad entiende y asume que el uso de comportamientos del otro sexo, no es sinónimo de homosexualidad; contrario a esto, las personas andróginas perfectamente podrían presentar una tipología de sexo masculino, identidad masculina, rol de género andrógino (masculino y femenino) y preferencia genérica heterosexual.
Ante las actitudes de “machismo” que se siguen presentando en las culturas, hoy las investigaciones plantean que los comportamientos andróginos, son más saludables, tienen mejor autoestima, autoeficacia, tienen más posibilidades de elegir comportamientos adecuados para cada situación y lograr mayor flexibilidad y adaptación a los entornos.
Estos rótulos que se les ha dado a los hombres que no cumplen con los roles esperados, han ido teniendo una transformación en el presente siglo; y esa concepción hegemónica de las sociedades patriarcales, se ha venido a pique con el panorama en que viven actualmente los seres humanos. Cada día, situaciones como el desempleo, la jubilación, los acontecimientos no normativos, enfrentan a los hombres a conflictos con respecto a las exigencias del medio y lo demuestran frágil ante las experiencias negativas, dando como resultado un comportamiento nuevo a las expectativas del grupo social.
Estos conflictos a los que me he referido, no son solo experimentados por adultos; los adolescentes también lo sufren, aunque de una manera diferente. “a los 12 o 13 años, atraviesan una fase de indeterminación que neutraliza completamente la sexualidad… vivían una atracción amorosa por el mismo sexo.” (Dolto, 1990) También hay quienes no sienten atracción por otra persona del mismo sexo, sino que asumen actitudes o comportamientos del sexo opuesto, sin que esto signifique que tienen una preferencia genérica homosexual, pero es ésta, la interpretación que socialmente se le da. Se hace pertinente en este punto, hacer una breve explicación de algunos conceptos básicos de la sexualidad. El primero de ellos es el sexo: este hace referencia a la biología con la que cada persona nace; se tiene pene y testículos en el caso de los hombres o se tiene vulva en el caso de las mujeres. El segundo es la identidad: que hace referencia a cómo se siente la persona, si se siente hombre o si se siente mujer y esto no necesariamente tiene que concordar con su sexo. El tercero es el rol de género: que son los comportamientos que socialmente se esperan que asuma un hombre y una mujer. Y el último de ellos es la preferencia genérica: que es la atracción que se siente por los hombres, las mujeres o ambos.
Con los anteriores conceptos claros, quiero retornar a los conflictos que se presentan al romper con los imaginarios colectivos de la sociedad cuando un hombre asume comportamientos considerados del sexo femenino. Como es claro que los adolescentes y en general los hombres en ocasiones asumen papeles característicos de las mujeres, se hace necesario tomar una nueva postura que cuestione la hegemonía patriarcal anteriormente mencionada y que resuelva los problemas internos y sociales que sufren aquellos que no pueden mantener el ideal social. Para ello, se ha venido haciendo referencia a un término conocido como la androginia; una conjunción entre el hombre y la mujer, para hacer a un lado la exageración de diferencias entre los sexos y prestarle más atención a sus semejanzas. La androginia pues, al ser una conjunción entre lo masculino y lo femenino, permite que se abran más posibilidades para que los rasgos de ambos, se presenten indistintamente y les permita responder de forma más efectiva, o adaptarse de mejor manera a las situaciones cambiantes del mundo, a esos acontecimientos que generan el conflicto y así adquirir un mejor funcionamiento global. (Patiño, 2009) La androginia entonces, está ligada a los roles de género que se asumen en un concepto de nueva masculinidad, entendida no bajo los parámetros hegemónicos, sino desde una comprensión del ser como mezcla de ambos sexos; permitiéndole a esos “machos” demostrar que también atraviesan momentos de fragilidad, carecen de poderío, o simplemente que pueden expresar libremente sus sentimientos.
Asumiendo la androginia como una posibilidad de nueva masculinidad, se descargan las tensiones que a lo largo del tiempo han llevado los hombres que ante ciertas situaciones, sienten que deben actuar de una manera diferente a las exigencias, que respondiendo de otra manera obtienen más logros que fracasos, pues han encontrado un punto de ajuste psicológico y social. La nueva masculinidad entiende y asume que el uso de comportamientos del otro sexo, no es sinónimo de homosexualidad; contrario a esto, las personas andróginas perfectamente podrían presentar una tipología de sexo masculino, identidad masculina, rol de género andrógino (masculino y femenino) y preferencia genérica heterosexual.
Ante las actitudes de “machismo” que se siguen presentando en las culturas, hoy las investigaciones plantean que los comportamientos andróginos, son más saludables, tienen mejor autoestima, autoeficacia, tienen más posibilidades de elegir comportamientos adecuados para cada situación y lograr mayor flexibilidad y adaptación a los entornos.
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